Por Alejandra Godoy Haeberle Psicóloga Evolutiva 

Cuándo se acaban las maripositas en el estómago, el aceleramiento del corazón, las ansias locas por estar todo el tiempo con ese ser tan amado? Para poder sobrevivir como especie, los humanos desarrollamos la capacidad de permanecer juntos como pareja, al menos el tiempo necesario como para criar a un hijo (período de gestación y lactancia). 

Por su parte Helen Fisher, después de estudiar muchas culturas y tribus, encontró dos tendencias que se repetían: se tenían hijos cada cuatro años y la mayor probabilidad de divorcio se producía a los cuatro años del matrimonio. La antropóloga concluye entonces que, en el área de pareja, se tiende a producir un ciclo consistente en una etapa inicial de enamoramiento con exclusividad sexual relajada, pasando por una fase de crianza de un hijo y culminando en la separación. 

Como dicho secuencia se solía dar durante la vida fértil con una periodicidad de aproximadamente cuatro años, denominó a su teoría como el “ciclo reproductor de 4 años”. Recientemente las neurociencias han aportado una explicación científica al fenómeno anterior. Al inicio de una relación de pareja se suscitan sensaciones de tan alto nivel de intensidad - como resultado de la activación de ciertos circuitos cerebrales y de la acción de determinadas sustancias bioquímicas – que se habla de la presencia de una suerte de “borrachera de amor” confundible, incluso, con una psicosis en la que se mezclarían síntomas de manía, demencia, obsesión y extraños comportamientos. 

Pero, biológicamente, nuestro organismo simplemente no puede soportarlas en forma continuada y permanente, so pena de correr riesgos de locura, agotamiento físico y de quedar exhaustos sin energía para otras actividades, por lo que esa urgente atracción bioquímica inevitablemente va a decaer con el transcurso del tiempo. 

Aunque nuestro cerebro sea un órgano muy flexible, la bioquímica y la neurofisiología no permiten variaciones demasiado marcadas de un individuo a otro, por lo que se presuponen determinados lapsos de tiempo y el organismo no puede alargar mucho el plazo durante el cual se secretan en abundancia las hormonas asociadas a la etapa del enamoramiento romántico e, indefectiblemente, toda la locura de la pasión se va desvaneciendo gradualmente. 

Se estima que el período en el que vivenciamos tan marcadamente esas sensaciones que normalmente identificamos con el Amor (con mayúscula) dura, en general, un promedio de solamente dos o tres años, con un máximo de los “famosos” cuatro años, lo cual estaría determinado orgánicamente y tendría un sentido evolucionista. 

En este sentido se ha descubierto que la molécula proteínica conocida como factor de crecimiento nervioso (NGF) presenta niveles elevados cuando nos enamoramos de una nueva persona, pero vuelve a sus niveles previos al cabo de un año; por lo tanto, esa tan alta intensidad física y emocional, sólo sucede una vez en los inicios de una relación de pareja. Por supuesto que se seguirán produciendo momentos de placer y alegría – ambas definidas necesariamente como emociones pasajeras - pero serán menos frecuentes y menos abundantes. 

En términos biológicos lo que sucede, en el fondo, es que cuando una pareja se estabiliza en el tiempo, va desarrollando una suerte de acostumbramiento a la presencia del otro. Aunque la unión sea muy satisfactoria, se irá generando una tolerancia similar a la que experimentan los drogadictos, haciéndonos resistentes a los estímulos repetidos. 

Es decir, si la relación se ha vuelto rutinaria se debe a que nuestro cerebro está menos sensible a su “propia” anfeta (para que se secrete dopamina se requiere de la novedad). Por tanto, cuando las parejas monógamas desarrollan dicha tolerancia mutua y se pierde la euforia romántica, no significa que nos hayamos equivocado de persona ni que la relación sea aburrida, sino que nuestros cerebros plásticos se han adaptado tan bien el uno al otro que nos resulta mucho más difícil estimular los centros del placer, para lo cual ayuda el realizar juntos nuevas actividades). 

No obstante, esto no significa que sea imposible mantener un tipo de amor con componentes pasionales y románticos, eventualmente, durante toda la vida. En efecto, los trabajos con resonancia magnética han demostrado que se puede lograr que el sistema de recompensa del cerebro continúe activándose y que sigan apareciendo algunas de las manifestaciones típicas de los comienzos. En dichos estudios se compara el funcionamiento neuronal, al mostrarles la foto del ser amado, de matrimonios casados hace décadas con parejas que llevan menos de dos años juntos. 

En el primer caso se pudo observar que - no solamente habían desarrollado las zonas del cerebro coligadas al apego, calma y supresión del dolor - sino que también presentaban actividad en aquellas regiones asociadas al amor romántico, las que no eran las mismas que se activan en la atracción sexual (aunque algunas sean comunes en ambos), sino que eran áreas específicas del enamoramiento. Mientras que aquellos casos que aún no habían llegado a los dos años de relación, fuera de las zonas ligadas al romanticismo, presentaban también mayor actividad en las relacionadas con la obsesión y la ansiedad. 

En conclusión, el mantenimiento de la pasión durante décadas parece ser minoritario pero no inasequible, no se trata de una entelequia, sino que es realizable. Es así como la pasión va cediendo espacio a otras manifestaciones tales como el afecto, ternura, apego, pertenencia, seguridad, compañerismo y aceptación. 

Ello no supone la desaparición del amor, sino que comienza una nueva fase de la relación, más consolidada y más responsable. Se trata de un amor más sereno y calmado, donde la comunicación es más fluida, de mayor complicidad. Los circuitos cerebrales asociados a la adhesión, a la conservación y al compromiso a largo plazo se vuelven más dinámicos. 

Dichos circuitos se activan con la mayor afluencia de oxitocina y vasopresina, facilitada por ciertas experiencias gratificantes tales como caricias y el contacto físico en general. Estas dos neurohormonas, a su vez, aumentarán los niveles de dopamina y toda esta combinación actúa como una poderosa base química que mantiene unida a la pareja en una forma cualitativamente satisfactoria. 

Para poder arribar a esta nueva fase, debe existir la disposición a estar abierto a estas nuevas transformaciones y rutas neuronales; a no quedarse aferrado tratando de mantener a pulso – artificialmente - las sensaciones de la época anterior y saber que tampoco se trata de resignarse a que ya no se van a suscitar ninguna de las sensaciones de antes. 

El amor sexual maduro, término acuñado por Kernberg, se refiere a la capacidad de darse el tiempo necesario para poder pasar a esta nueva etapa y así poder llegar a construir relaciones personales de calidad, “auténticas, comprometidas, que integren todos los elementos importantes de la vida personal: las pasiones, los instintos, el deseo sexual, en una relación simétrica, respetuosa, en libertad y profunda” (Capponi)

El amor verdadero se puede extender por una vida...